Baikonur [1]
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-La nieve no tiene sabor, chico. La cosa no es la nieve, ni tantos cuentos que mientras somos niños nos leen y hablan de la nieve y es como si de momento la nieve nos traga, nos envuelve, tú sabes, pero eso no es vital, ni siquiera es... evocador, porque yo hace muchos años no tengo un recuerdo preciso de esa época. Fuimos cantidad de gente. Todos, casi todos los de mi clase fuimos a estudiar allá. No me mire así. Digo allá que era a inicios de los 70 la URSS. Fíjate que hasta los pájaros son distintos y trinan arrastrando la k. No sé. No puedo imitarlos. A decir verdad nunca pudimos imitarlos bien en nada; pero esta vez me parece que lo lograremos: ¡Aquí en San Isidro vamos a construir nuestro cosmódromo!
Así terminó la última reunión de la Liga de los Sacrílegos Morenos, que para más comodidad llamaremos en lo adelante la Liga a secas. Lógico es que esta historia comience mucho antes, con una visita de unos becarios en la Unión Soviética al célebre Baikonur en el invierno de 1979.
Cierto es que había nieve y el negro Mondreán –tropicalismo de Mondrian y padres amantes de la pintura- tropezaba y se hundía en la blancura sucia y alentaba a los rezagados. Arriba, comunistas. Y eran grandes sucesiones de álamos, avenidas espléndidas que recordaban la geometría de los cristales de nieve, como si el mundo hubiese decidido, sin consultar a nadie, repetirse infinitamente en moldes gigantescos y rígidos. Enrojecidos, los hombres notaron la mole del cosmódromo izada por encima del horizonte. Dios mío, esto es grande. Y unos pájaros que Mondreán casi nunca recuerda alzaron el vuelo develando la cúpula hambrienta de universos, según López-Farrán que era un gran poeta y de paso, su amigo.
Caminaron un poco más y se detuvieron en la garita. Saludaron al guarda. Alguien encendió un cigarro mientras esperaban el permiso. La verja se abrió. Pasaron. Y cuatro de ellos fueron incurablemente atrapados en la precisión maldita de los rotores, émbolos, gráficos, termostatos. Y cayeron bajo el hechizo de los casi paleolíticos retratos de Gagarin, Leonov, Laika, Terenshkova y los oleos siniestros de Tsiolkovski, Kondratiuk, Glushko y la foto -ahora deshilachada- del infortunado Kibalchich.
Ahí estaba el diario de Gagarin. Entro en la sombra de la Tierra. Así hablaría Jesucristo. Me parece verlo. La Tierra que es un escudo repetido, que siempre va mostrando la misma cara, un rostro tallado por gigantes y leído solo por Dios. ¿Qué digo? Por la Materia. Cada uno de los hombres escribió una frase en la superficie vieja del globo. En selvas, en desiertos o en la niebla de los lagos. Gagarin tuvo literalmente el mundo a sus pies. No lo entendió. Al menos no bajó rezando y con visiones de ángeles en medio de coros celestes...así no piensan los mártires. Gagarin esa noche no era Gagarin, era una escritura en el cosmos leída por nosotros.
Entonces llegaron los visitantes al salón de proyectos donde se afanaban cerca de treinta ingenieros y diseñadores accionando computadoras y maquetas que presagiaban las futuras estaciones orbitales. Marte nos queda cerca. Los yanquis van a morirse cuando vean estos hierros...aparecían los inmaculados Sojuz, Vostok y Saliut.
-No puedo dormir.
-Relájate. Anda, alcánzame el libro.
-¿El Diario? Te lo has leído cien veces.
-Duérmete.
Pasó un instante.
-¿A quién se le ocurre dormir la siesta en Baikonur? A la noche hay un lanzamiento.
-Cállate.
-¿Viste a Olga? Se ha puesto mucho mejor.
-Cada día mejor.
-Hasta ahorita.
-Bueno.
Sonó el despertador. Se vistieron y llegaron relucientes al comedor: había comida de astronautas. Dos filas: izquierda oficiales, derecha invitados. Tenía un gusto horrible la comida de los astronautas, pero seguro ellos no andan pensando en eso. En aquellos momentos lo importante era el lanzamiento.
La Sala de Control de Vuelos es amplísima; afuera, como detenidos en la nieve quedan los álamos. Atardece y el sol baja por la punta del cohete exacto a los dibujos de los comics. ¡vade retro! Pero en verdad fueron los comics quienes los enseñaron a mirar el cosmos, a preguntarse por los seres que podrían habitarlo: Dios, los ángeles, los demonios, el Emperador Ming, los marcianos en todas sus manifestaciones. ¿Por qué siempre nos invaden? Nunca invadimos. Pero ahora la situación es distinta. Nos corresponde invadir y estos no es una película de Flash Gordon. Son navecitas limpias y soviéticas.
Ignoraron el conteo regresivo. No eran eslavos después de todo y cada quien le rezó a un santo distinto. Abajo, en la plataforma de lanzamiento, estallaron grandes llamaradas. El cohete se elevó como una saeta; trazó el arco previsto por los ingenieros de vuelo y los tripulantes comenzaron a gastar bromas por la radio. Todos reían a coro.
Hubo un silencio. El cohete se estrelló en las estepas de Vorodonestk.
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-La nieve aquí solo aparece en los negativos...por eso nunca revelo las fotos. Así parecen de allá.
-Allá.
-Bueno, duérmete.
-¿Viste a Olga?
-Sí.
-¿Sigue estando mejor?
-Insuperable. Le queda bien el carro.
-Hasta mañana.
-Acércate al borde porque me estás rozando.
-Disculpa.
Amanece. La ciudad es la misma. Hay 36.5 grados Celsius y dos millones de habitantes. ¡Ideal!!Qué Moscú ni Moscú! El Caribe, la libertad. Esto sí es vida. De paso, sigue siendo 1993... lo molesto es despertar a López-Farrán, ese poeta insuperable que comparte mi lecho. No se confundan: es que mi amigo vivía en una provincia selvática y ahora vive conmigo. Hay que leer sus poemas:
Los días son movimiento,
de nalgas y sentimiento.
¿No es increíble? Bueno, ¡de pie!
Lo molesto de Mondreán es que no sabe despertarme. Primero habla solo durante una hora y después grita ¡de pie! Y tiembla el mundo... canta boleros toda la mañana.
Los dos se visten, bajan la escalerilla, cruzan, saludan. Mondreán tropieza y los dos se ríen porque todavía tienen ganas de reír. Afuera el mercado de la Madelaine eleva un solo pregón que es el de una ciudad que calla, anónima y dormida. Mondreán y López comenzaron a cortar las cabezas a los marranos apilados y llenos de moscas. El día transcurrió leve, porque los días tienden a confundirse y marear el límite y la certidumbre del tiempo; parece un gigantesco día que dura un año. Hacia calor. Los dos caminaron un rato por la avenida del Puerto para después anclarse en el bar L’ Fúnevre, ex-propiedad de Antoine Groussac, descendiente del otro, el evocado por Martínez Estrada.
El bar estaba silencioso. Gruesas paredes. Los automóviles arañaban con su ruido el choque de los daiquiríes partío al medio –trago maldito, alcohol y dos hojitas de limón traídas del Oriente hacía un mes-
-Fuerte.
-Y dilo.
-¿Ese no es Octavio?
Un hombre alto, vestido de negro, entró al bar y atrajo con un movimiento acrobático una de las banquetas; se sentó con aire desafiante.
-Era comecandela en el Circo Pujillones. Un día tuvo un accidente y se quedó mudo.
El otro los miraba interesado y finalmente se decidió acercar su asiento al de los amigos. Se presentaron. Las moscas continuaban atropellándose sobre la barra y el rostro de Antoine Groussac –este hombre leía La consolación de la filosofía y de vez en cuando echaba una ojeada a las fotos de las Selecciones hábilmente escondidas tras la caja sumadora-. Se dedicó a escuchar la conversación. Octavio, milagroso, hablaba enronquecido.
-Ustedes son Mondreán Ayala y Francisco López-Farrán. ¿No es cierto?
-Bueno, depende.
Mondreán recordaba sus aventuras en la Quinta del Pariente, que se le aparecían sucesivas cada noche al dormir y en el sueño miles de furiosos esposos lo perseguían con látigos y garrotes, y todos cantaban el Agnus Dei. El sueño terminaba en un rompimiento ñánigo- católico, donde él era crucificado y macheteado al mismo tiempo. ¡Horror!
Miró a los lados, Octavio entonces habló:
-A decir verdad, Antoine y yo hemos estado hablando sobre ustedes...no es nada serio.
-Aquí todo es serio.
-Bueno, ustedes estuvieron allá.
-¿Dónde?
-En la URSS, en el año 79. Ustedes no me recordarán, pero fuimos juntos al cosmódromo. Yo estaba en el grupo de Minsk y ustedes en el de Moscú.
Luego bajó aún más la voz.
-Vimos la caída del Slava-1.
Mondreán y López bebieron su trago: hubo un silencio cortado por el aspa del ventilador.
-¿Y?
-Aprovechando la confusión, un colega y yo nos robamos los planos del cohete. Aquí están.
Hizo una seña a Groussac y este sacó de la caja sumadora unos gruesos pliegos, mohosos. Octavio volvió a la carga.
-Señores, ustedes saben que la cosa está mala.
-Nosotros no sabemos de cosas.
-El país. Todo.
-Vámonos, Mondreán.
Los dos se alejaron mientras veían perderse a la figura negra de Octavio, manoseando todavía el vaso con el daiquirí. Groussac guardó los planos asustado.
3
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Uno sueña a veces. No siempre. Los sueños son una cosa sagrada. Y hoy soñé con la nieve. Quizá uno sueña el porvenir...a mí de verdad no me importa la política ni la guerra, ni la solidaridad. Solo importa aquella tarde en Baikonur, antes de la caída. Después solo importaba Olga. A lo mejor es que los cubanos pensamos distinto, pero cuando la miro veo la silueta absurda del Slava-1 cayendo ardiente sobre la estepa. Olga se gasta. Se entrega tanto que deja el rastro de los cristales en la nieve. Si un día yo entendiera esos garabatos en los cristales, entendería a Olga; pero ni siquiera he podido entender las tiras de colores opacos del otro Mondrian, el pintor. El mar es un cuadro extraño y a él nos parecemos Olga y yo: ambos venimos de formas geométricas.
Mondreán a veces pensaba mucho en Olga; López no pensaba en nada. Pero desde aquella tarde en el bar L’ Fúnevre no dejaba de repasar sus viejas libretas de cálculo. Iba a ser ingeniero de vuelos. Me acuerdo de todo, hasta de las inmensas fórmulas que no cabían en las libretas y teníamos que memorizar.
Y despertaba a Mondreán. Y Mondreán lo maldecía cien veces; pero los ojos se le quedaban fijos en las extensas series numéricas, luego volvía el recuerdo del mercado de la Madelaine y las cabezas múltiples de los puercos aguardando una revelación.
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-¿De qué se trata?
El bar L’ Fúnevre parecía inundado por un azul moribundo que brotaba de la Bahía, se colaba en los vasos y era húmedo y barato. Azul de noche. Azul de iniciaciones. Groussac había cerrado el Breviario de podredumbre.
-Queremos irnos.
-Seguro alguno de ustedes trabaja para el gobierno.
-Puede ser. Pero no somos Octavio y yo los únicos interesados.
López-Farrán miró los almanaques deshojados; se restregó los ojos con el antebrazo y el sudor le ardió.
-¿Por qué nos lo cuentan ahora?
-La semana pasada nos enteramos que tú eras ingeniero de vuelos allá y Mondreán estudiaba para astronauta en el programa Interkosmos. Con ustedes tenemos completa la Liga.
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Mondreán se preguntó por enésima vez qué hacía allí. Las ruinas de la sinagoga se elevaban imponentes. Noche sin luna, ni gatos. La patrulla había doblado la esquina de 23 y no volvería en media hora. Llamó golpeando la contraseña y tras la puerta le fue revelada la efigie de su amigo.
-Eres el último. Pasa.
El interior de la sinagoga era indefinible pues solo cuatro antorchas iluminaban el altar de columnas salomónicas y los candelabros ardían con sus brazos manchados por la cera. Un Cristo moreno, casi gitano, pendía de la bóveda y dejaba caer gotas de agua sobre la alfombra. Allí, sentados, los veintinueve fieles de la Liga Evangélica de los Sacrílegos Morenos escuchaban la voz del Iluminado Euclides Bandeira Silva:
-Durante los años de la Perestroika mantuvimos una actitud atea. Nuestros dioses eran hombres que habían muerto hacia un siglo. Combatíamos por el gobierno, por lo justo. Éramos la Liga, a secas. Pero hoy esta facción se crece, se supera, se forja. ¡Hemos vuelto a nuestra raíz! ¡Al culto al Dios Triúnico en el Palo Monte!
Unos tambores batá, invisibles, comenzaron el toque del orisha Shangó; alguien cantaba en yiddish resguardado en las penumbras y un olor a incienso se esparció en la sagrada atmósfera. Euclides continuó su arenga.
-La caída del muro de Berlín es el testimonio de Orula ante los hombres. Nadie creyó, todos envueltos en la maldita Ortodoxia. Nada bueno debe esperarse de una iglesia con una cruz torcida, de una iglesia alentadora de cosacos, de una iglesia heredera del obsoleto y pendejo Imperio Romano de Oriente. Primero Bizancio, después Jerusalén, ahora Moscú. ¡pero esta isla se hunde antes de caer en las manos de Satanás!...Traigan a los iniciados.
Cuando el Iluminado hijoeputa ordenó la circuncisión, yo, de ignorante, fui manso a las manos y la tijera. Farrán gritó cuando era demasiado tarde. Arde, coño, arde. Ahora ando en cueros por la casa. En cueros frente a El mar de Mondrian pensando en Olga...y antes yo creía que había un partido de oposición. Boberías. Esa Liga es algo imponente. La policía acabó con la ceremonia, lástima; pero ahí vimos a nuestro Iluminado delatando a los que nos íbamos por las ventanas. ¡Ataja, ataja! -decía- Yo echando sangre como un buey....mañana hay reunión en L’Funevre.
López-Farrán descubrió que los planos eran legítimos, y mientras el negro se paseaba en cueros, abundoso en soliloquios, comenzó el diseño del cosmódromo en San Isidro, en un solar aparentemente yermo. Mas allí vivían los hijos de Popó Dos Pasos –mulato enano y terrible, que trepaba a los hombros de su hijo más fornido y la emprendía a puñetazos con los invasores- La policía nunca sembró la paz en el territorio de las ruinas habitadas. López-Farrán se convenció de que era necesario comprar al enano, entonces pensó en Olga.
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La última reunión de la Liga Evangélica de los Sacrílegos Morenos tuvo lugar en la madrugada del 10 de octubre. Estaban todos, excepto el delator Euclides Bandeira Silva. Yo dije una arenga, no quedó mal. Hablé de la nieve, de Baikonur. Por supuesto que no dije nada de la tragedia. El humo denso de los candelabros me trajo la imagen de Olga y noté, asombrado, que en realidad Olga estaba allí, al lado de Farrán. Fue presentada y estaba por llegar mi turno para estrecharle las manos. Se detuvo, arreglando su pelo. Bellísimo.
-¿Este es Mondreán? Has cambiado mucho.
-Yo tampoco te habría reconocido.
López cortó el incómodo silencio con música de Irving Berlin ejecutada por el fonógrafo de Antoine Groussac. Volvieron los tragos; afuera un auto atropelló a un cangrejo. El sonido me provocó malestar y decidí irme a dormir...mañana comenzarían los trabajos.
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López-Farrán dormía satisfecho, imaginaba los campos de Baikonur alzándose en San Isidro. Faltaba mucho, sin embargo Olga iba a ayudarlos y si ya había convencido al enano Dos Pasos: ¿quién la paraba? El problema era la plataforma de lanzamiento. El cohete no, pues ya estaba ensamblado al otro lado de la Bahía, en los viejos almacenes de Puerto Cruces. Un cilindro grande. –murmuró el oficial, lanzó el cigarrillo al agua y empezó a contar los cinco mil pesos... para López no era un cilindro. Era poesía. Siempre admiró los pájaros, su voluntad para ser libres. El cohete, su construcción, era una forma de expiar tanta esclavitud contenida: ahí estaba, guardado en un contenedor de Puerto Cruces. ¿Volaría? Bueno, lo primero es la plataforma de lanzamiento, el enano Dos Pasos me ha regalado un área de cien metros que es la extensión total del solar. Hay que construir de adentro hacia fuera. ¿Qué habrá hecho Olga para convencerlo?
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El amanecer es lento en San Isidro; primero se escucha el rumor perezoso de los muelles y las cocinas. Olor a café. Un gallo canta bajito por temor a las piedras y los zapatos viejos. Dos Pasos enciende su radio y pregunta a la mujer por los hijos: ¿Cuál no viró anoche? Llama a Orlando. Orlando llega, mide 2 metros y pide la bendición. Las rampas se elevan contra el sol y la envidia del Iluminado Euclides Bandeira Silva, que corre a la Estación de la Policía e informa de los extraños sucesos ocurridos en el solar.
-¿Qué hacen?
-Un cosmódromo.
-¿Qué es eso?
El Iluminado explica, nadie le cree y se desespera en su traje de santo. Orlando lo ha descubierto en la esquina y regresa tarde a casa, con unos dientes marcados en los puños. Ahora que ha terminado de amanecer, la policía detiene el tráfico en la calle Tempranejo y sube un grupo armado por Malaparte.
-Ya tú sabes –indica Dos Pasos a su hijo Orlando que ha sido designado lugarteniente de la Liga. Luego se aleja caminando al lado del ingeniero, dando saltitos.-
-¿Y ahora? –Farrán inspecciona la rampa de lanzamiento y los planos le tiemblan en las manos-
-Hay que seguir. El contenedor viene entrando por La Piedad, dentro de 15 minutos va a estar llegando. ¡Prepárense!
Y los veintinueve ungidos toman sus alabardas criollas, que son cabillas terminadas en un machete. El gallo canta bajito.
Olga está nerviosa. Ha visto el cierre de las calles y por vez primera recuerda a Mondreán, el sol refulge en las azoteas. Nieve, parece nieve. Olga nunca revela las fotos, así purifica las imágenes y los recuerdos. El camión va dando tumbos, pues Groussac maneja inseguro y Olga lo apresura.
Cuando doblan la esquina de Malaparte escuchan el griterío. Todo se vuelve lento y memorable. Ya no hay sonidos porque solo importa aquel cilindro que viaja sobre el camión y que ahora es izado contra la marea humana y los disparos y los astronautas entran en él amparados por los feroces puñetazos de Dos Pasos trepado en su hijo Orlando, negro fuerte y bueno y malévolo. Luego los ungidos y Antoine Groussac caen golpeados y muertos entre el horrendo polvo. En las llamas. En el cohete que se eleva por encima de los hombres y sus miserias. Groussac no recuerda su bar L’ Funevre, ahora sueña el vuelo de otros. Cierra los ojos. Ahora no es Groussac, es otro bulto en la masacre.
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La noche estrellada acompaña nuestro silencio. No sabía que las estrellas fuesen entes móviles y confusos que se enredan en los ojos, en el pelo, en las manos; son irrompibles, como el cohete que he diseñado y ahora vuela estable. Al lado Mondreán y Olga susurran: Orión se nos acerca.
Parece una cabeza de cerdo rodeada de moscas.
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[1] Juan Laprida afirmaba que Baikonur es el antecedente directo de La infancia de Jurgen Habermass, transformando el segundo de los relatos en la parodia de una parodia. En un chiste amargo. Recomendamos la lectura del episodio dedicado al Master of the Masters en la novela Luna Wanestain de Mateo Mordeccai, para la completa dilucidación de esta categoría estética: el chiste amargo.