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     STANISLAW BAUER

 

        Doppelgänger    

  Stanislaw Bauer nació en Taiwán, durante una madrugada de 1950. A los diez años de edad comenzó a trabajar en el aserradero de su tío y se afilió a los jóvenes de Neue Aufklarung, organización que financiaba el hijo del famoso marchant Kanhweiler. El objetivo de esta organización era extraer de la China comunista las más valiosas obras de arte y llevarlas a Occidente a través de una red tibetana de contrabandistas: en Potala, las piezas eran recogidas por ambulancias de la Cruz Roja Internacional y llevadas a la India.

  Sin embargo, los marchants de Occidente no contaban con el agente de la KGB Stanislaw Bauer.

  Durante la noche del 14 de julio de 1963, el joven comunista de trece años dinamitó el túnel por el que se desplazaba un enorme convoy en busca de las obras ocultas en el templo de Tsai T´shien. Todos sus compañeros fueron sepultados bajos los escombros. Bauer guardó para sí un manuscrito inédito que llevaba la temblorosa firma de Yun Tang Lo: allí se relataban minuciosamente los acontecimientos que le condujeron a la muerte. Eso le permitió tomar la primera decisión importante en su vida.

  Gran conocedor del mandarín, el cual hablaba sin acento, se internó hasta Mongolia. Allí solicitó una audiencia a su superior de la KGB en Moscú, afirmando que tenía conocimiento de una importante conspiración contra el camarada Krushev. El helicóptero presidencial vino a buscarlo y sobrevolaron media Unión Soviética.

  Nadie sabe qué cosas dijo el joven Stanislaw Bauer ante la presencia del Zar de Todas las Rusias.  Lo cierto es que fue enviado en comisión especial al Medio Oriente. Luego desapareció por veinte años. Esa fue la época durante la cual adquirió El Uro, una modesta cervecería a las afueras de Munich.

  Apreciado por los vecinos, discreto y sonriente, nadie imagina el pasado alucinante de Bauer. A mediados del año 1995 apareció en el Nuyoricans preguntando por Julius Maynard, Joaquín Manila, Maura Samprini y Juan Laprida. Inmediatamente me dirigí al recién llegado y le dije: Yo soy Juan. Él me estrechó la mano y dijo: Y yo soy el único escritor alemán que escribe relatos en español.

  Eso merecía un trago.

  Había traído consigo una novela, un relato autobiográfico –Doppelgänger- y estaba escribiendo un libro de cuentos. Esa noche le presenté al grupo umbralista y leímos vastos pasajes de su excelente novela. A todos nos alegraba saber que teníamos gente que nos leía en Europa, aunque no escribíamos epopeyas latinoamericanas ni realismo sucio. Fue maravillosa aquella noche donde Stanislaw nos reveló muchos detalles de su vida, en gran medida inventados.

  Era un hombre diminuto, de ojos claros, y poseedor de ese curioso acento que no recordaba al alemán si no al ruso. Durante el año 1996 regresó a Munich y nunca más supimos nada de él. Nunca escribió artículos, poemas o ensayos -al menos que yo sepa- y se llevó consigo los manuscritos de su libro de cuentos y de su única novela, dejándonos Doppelgänger.

  Años después murió Julius Maynard y Maura Samprini se fue al oriente de Cuba. Joaquín Manila y yo mirábamos alguna de esas noches la televisión y casi gritamos al unísono: allí estaba Stanislaw Bauer en un filme porno.

  Desde entonces seguimos su fecunda trayectoria artística: Vampire Bunker SSex, Naughty Adolf, The Girls and The Svástic, Fuck in the WallNuremberg Prosex, The Jews and the Crew, Blacks over Germans, ASSk me about Paulus, Sextapo, y algo que en alemán es más o menos El Ario Machacador. Más tarde Akuva filmó algunas escenas de Simulator en el Oriente de Cuba y logró que Bauer lo acompañase para interpretar uno de los personajes.

  El estilo de Stanislaw Bauer no tiene nada que ver con el futuro curso de su vida, aunque cierta noche en el café de Inzaúlgarat me confesó su afición a los filmes porno.  Nunca dio demasiados detalles, pero no se trataba de problemas morales o físicos. Era más bien un deslumbramiento, otra dimensión que él juraba atisbar en el éxtasis de las actrices porno. Vinicio Ferreira también lo había sentido. –me dijo, recordando un poema del brasileño titulado Canto Tres- El problema es que yo tampoco sé muy bien lo que quiso decir Ferreira. Después de todo, mi literatura es el símbolo de una blasfemia que nunca termina, porque requiere de una generación para articularse. Si Blake escribió El matrimonio del Cielo y del Infierno, yo hice que estos copularan.

  Me parece que ahí está la clave de su biografía: otro ejemplo de literatura que pudo ser. Sin embargo creo que siempre Bauer estuvo demasiado solo. Los años que pasó entre nosotros sirvieron para compartir aquella soledad y librar por algún tiempo al diminuto cervecero alemán de sus fantasmas.

  Ahora él se ha transformado en uno de los nuestros y desde nuestros butacones en la casa de Joaquín Manila alentamos sus proezas sexuales, nunca menos asombrosas que las literarias.

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Juan Laprida

 

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