El realismo sucio
¿Cómo ganar el premio Planeta? Consta de más de 600 000 euros, o lo que es lo mismo, la vida que siempre has querido tener.
La respuesta está en hacer un libro. Es una prueba para estómagos fuertes. Por suerte tengo un amigo que está dispuesto a la singular hazaña. Veámoslo en acción.
En primer lugar –tiene solo veinte años- SABE que no puede escribir nada que huela a epopeya. Ningún Macondo. Ninguna novela histórica que parezca una catedral cayéndose. Tampoco policíacos de corte izquierdista. Mucho menos biografías de artistas no-occidentales. Solo Gaugins. No debe escribir sus memorias tampoco, que a nadie le interesan.
La solución está en encontrar un lenguaje propio que el estudiante busca incansable. Ya dio con la clave: el realismo sucio. Raymond Carver no tiene nada que ver en esto. El estudiante encuentra inspiración en sí mismo. Literalmente.
Prueba con la zoofilia, la pedofilia y la gerontofilia sin éxito. Su novela no avanza y sí unas extrañas manchas en la piel que adquiriera luego de violar a un chimpancé de un circo ucraniano. No perdió la oportunidad de hacerlo con la mujer barbada, que resultó un travesti al que le pesaba afeitarse. Pero esto no lo desanimó. Luego de la aventura en el circo escribió su primer capítulo.
La novela avanza con lentitud, pues el estudiante no puede aún experimentarlo todo. Ya tiene una maestra: Zoe Valdés.
Le escribió una carta en la cual le explicaba en todo detalle las cosas que le haría cuando se encontrasen. La escritora nunca contestó.
La novela avanza. El estudiante está cada vez más solo, pero más feliz. No necesita de la gente. Sabe que su obra llegará lejos y que lo justifica.
Hace dos meses terminó de escribir. Para entonces su extraña enfermedad había avanzado tanto que ya no se le veía el rostro. Estaba postrado en una silla de ruedas.
Entonces envió su obra al Premio Planeta. Murió a los tres días.
Mi amigo Juan Laprida, quien tenía amigos en el jurado en la pasada edición de los premios, me dijo que no habían visto la novela del estudiante entre los candidatos.
Fui a la casa donde había muerto el escritor y forcé la puerta. Allí, a pocos metros de la entrada, aparecía un sobre amarillo. Lo rompí y en su interior encontré la novela.
El correo la devolvía pues faltaban sellos para el franqueo.
No quise leerla.