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PREFACIO

​

Esta es una escritura dactilar, una prosa que tienta al

vacío. En sí, contiene la forma ideal para olvidarla.

 

 

 

  Estas palabras las escribió hace medio siglo el fotógrafo brasileño Onésimo Guimarez. Hombre triste y delgado –nunca he conocido a un gordo triste, se supone que siempre deberían estar alegres-, Onésimo era íntimo amigo de Bernardo Sahagún (un cineasta mexicano) y de Vinicio Ferreira, uno de los padres de Umbralismo. Él nunca llegó a imaginar que en esa frase condensaba el sentido de aquel movimiento literario. Eso es Umbralismo. Una poética de la desaparición.

  Este libro es la primera antología que agrupa los textos umbralistas hasta el día de hoy desconocidos para la gran mayoría de los lectores, solo publicados por la Heldon Editors en Liverpool y la Minion Publishers en New York. Tiradas de poquísimos ejemplares y luego el previsible silencio y olvido: ese ha sido el destino de los relatos, ensayos y novelas umbralistas. Resulta irónico que la mayor parte de los textos hayan sido escritos en español y publicados solo en idioma inglés, traducidos afortunadamente por los mismos autores.

  ¿Qué es Umbralismo?

  Cierto día, al abrigo del Nuyorican Poets Café, Juan Laprida y Stanislaw Bauer estaban discutiendo sobre un texto de Jean Paul Sartre -¿Qué es la literatura?- publicado hacía casi medio siglo. Y en el curso de esa discusión me parece que salió a relucir la única respuesta o intento de definir qué es Umbralismo. Juan Laprida dijo:

La literatura comprometida como teoría libresca no está mal –sobre todo si se vive en París- pero la práctica hundió todo. Las ideas de Sartre sobre la libertad no cuentan con la tendencia a la caída del ser humano. De la esperanza de los sesenta al posmodernismo de los ochenta y al caos actual se evidencia que el punto álgido, el nuevo renacimiento, fue la inmediata posguerra –incluso la anterior, la que medió entre las dos guerras mundiales-. Ahora el problema es más complejo, pero su solución es más simple. Hay que aprender a observar como un robot recién nacido. La cultura mass media es el agua del ectoplasma, la gelatina, el amnio. Añádase en nuestra latitud el clima, la situación político-social y la misma gente. Es necesario filtrar a la gente, filmando en blanco y negro para obtener el orden posible. Este orden será a su vez devuelto en forma caótica, desmedida. No es necesario racionalizar sino extender los tentáculos y traspasar los recipientes. Detrás de la gente hay otra gente que se condensa como los objetos angustiados. El no ser es nuestra condición. La velocidad no fija ninguna posibilidad de encuentro. Las sociedades no son metafísicas, toleran estos métodos por una convención democrática e inofensiva. ¿Hay verdadera liberación en el quietismo? ¿Hay verdadera liberación en el arte o en la religión? Me parece que la liberación no es deseable, ni siquiera su espejismo melancólico. La libertad es un concepto que se deforma, altamente maleable. La anarquía es libertad sin responsabilidad. Pero la responsabilidad es siempre otra coacción del espíritu y la moral –en un sentido burgués, que es el único que auténticamente conocemos en Occidente-. Un círculo vicioso del cual Sartre escapa con sutilezas. Es posible creer en el campo intersubjetivo. Es hermoso inclusive porque sería esperanzador que el muro de silencio tuviese puntos débiles, lugares dispuestos al asedio y entonces por allí penetrar. Solo se penetra expresando. Rulfo, por ejemplo, es una especie de chamán de la sub-realidad, del universo intersubjetivo del mejicano o  al menos así parecen los espectros de Comala. ¿Por qué allí la violencia era algo tan dulce, incluso deseable? Los cuentos de Rulfo –pensemos en Luvina- establecen una conversación con el más acá estancado. Y me parece que Umbralismo es solo el divertimiento serio que tantea ese más acá, no estancado, sino en movimiento.  Es una ucronía de la intrahistoria.

  George Orwell y Unamuno cohabitaban la definición y no intenté jamás penetrar su ámbito brumoso, de mare tenebrarum.

  Puedo decir en cambio que yo era hasta los diecinueve años un individuo que había disfrutado de las más diversas ocupaciones; a saber: percusionista de un grupo musical que interpretaba temas de la Década Prodigiosa –francamente algo satánico-; bajista y compositor de una banda de heavy metal llamada Black Mask que nunca –gracias a Dios- llegó a presentarse en ningún sitio; compositor y director de un grupo de rap –con todo lo que significaba el género el decenio pasado-; guitarrista en un sexteto, soplador de armónica en un grupo de country, aspirante a profesor de Humanidades, documentalista y –final y fatalmente- escritor. Puedo añadir que desde mi nacimiento me acompaña una incapacidad extraordinaria para aprender idiomas y una memoria pésima.

  Con estos dones, decidí reunir y prologar los textos de este grupo de amigos geniales que comparten conmigo desde hace muchos años la soledad del escritor menor. El mejunje de alquimista que produce esa especie de soledad es aún hoy desconocido e inexplicable. Yo siento a diario el vacío que va tramando -sin exageraciones o angustias- el saberse desconocido o peor aún, el saber que lo escrito y lo filmado tiende a una máscara blanca de teatro Noh, a otra inexpresión que es angustia pero que se conjura a través de una soledad silenciosa y no sonora como la de Juan Ramón Jiménez. Yo -mi literatura- iba desapareciendo entre esos blancos espacios de la nada. Oh, make me a mask era el verso de Dylan Thomas que dijo al morir Johnny Carter, el saxofonista de El perseguidor y el extraño dúo de Chuck Klame junto a Dominiq Vauclouse en Belphegor constituyeron la estructura fluctuante de Lluvia Negra, la novela de Reyzsman. Y allí, otra vez: toda escritura en el límite encierra una máscara blanca.

  Me parece que de esta forma quedan aclarados o embarullados un poco más los términos de mi situación personal antes del encuentro con el primer escritor de Umbralismo que pude conocer: Joaquín Manila.

  Lo encontré en el bar Victoria la última noche de agosto de 1992.

  Joaquín era un tipo que detestaba la literatura cubana de los noventa y debo confesar que heredé su enfermedad -salvaba de la vorágine a Juan Córcega, Facundo Reyszman y Amelia R. Novara-. Nunca me quiso explicar la causa de sus afinidades electivas, pero llegamos luego a compartir otra pasión: Irakere. En su modesto apartamento de Centro Habana nos pasábamos horas escuchando Misa Negra o Tierra en Trance. Nunca nos torturamos con nuestros escritos; preferíamos ir a las lecturas que organizaban las vacas sagradas y reírnos de su memorística inefable y su lezamismo rotoso. Luego, en nuestra soledad de escritor menor, imitábamos apasionadamente a Nabokov, a Henry Miller, a Burroughs, a Mishima, a Jim Thompson, a Céline, a Kawabata –gracias a Dios nunca a Sarraute o a Butor si no en realidad surgirían abominaciones- y el resultado era aquella serie de cuentos espantosos que como ya dije nunca llegamos a leernos (a inicios del 2004 fueron publicados por Joaquín Manila en Nueva York bajo el título de Ingravallo´s Bag y fueron extrañamente elogiados por la crítica).

  Como pueden advertir no he añadido nada más sobre la vida de Joaquín, pues en los prefacios que anteceden cada una de las obras de Umbralismo se encontrará dispersa su historia. Esta digresión ha tenido como propósito contrastar la realidad de nuestro espacio gnóstico –en términos de literatura- con el de Umbralismo.

  El hecho de que las obras de los escritores Stanislaw Bauer, Julius Maynard, Joaquín Manila, Maura Samprini y Juan Laprida fueran en primer lugar producto de largas sesiones fumando marihuana en el apartamento de este último no indica que el movimiento sea menos auténtico. ¿Cuántos movimientos –no solo artísticos, incluso algunos de liberación nacional- no han nacido del alcohol, la marihuana, el ajenjo o el opio? El LSD engendró la mejor música de nuestro siglo y los abstemios originaron a Josh McDowell, es decir, a la satanidad encarnada.

  El 12 de diciembre de 1994 en la ciudad de Nueva York, exactamente en el Café de Inzaúlgarat, ocurre la portentosa sesión donde cada escritor vislumbró los títulos y los argumentos de lo que escribiría y se redactó el primer manifiesto umbralista. Al día siguiente se redactó el segundo; Geoffrey Heldon, director de la Heldon Editors con sede en Liverpool, se comprometió con la publicación de los primeros libros. Y comenzó una especie de telegrafía sin hilos cuyo centro reposaría –a partir de febrero de 1995- en las manos de Julius Maynard bajo las columnas del Nuyorican Poets Café.

  Aparecieron los primeros trabajos: Un tercio de la vida extraña y La noche de los cuchillos largos de Mateo Mordeccai (un advenedizo); las novelas Los androides de mármol y Zarathustra Poraczie de J. Manila; El Acercamiento a Almotásim y Scrutable Dog de Juan Laprida; Doppelgänger de S. Bauer; las narraciones orales que luego se agruparían en  Sai-Lin & The Blinds Drummers de Julius Maynard; se editan por vez primera todos los escritos de Vinicio Ferreira y La Jauría Celeste de Demetrio Souza; aparecen Tetragrammaton y Rapsody in pulp de Maura Samprini junto a sus artículos periodísticos en el Transfer.

  El 22 de octubre del 2001 se suicida Julius Maynard y es publicada póstumamente su novela inconclusa Fractal Man. Luego Joaquín Manila escribe su famoso réquiem titulado El conjunto Martenot. Ese fue el último texto umbralista, aunque más tarde fueron publicadas las novelas Luna Wanestain de Mateo Mordeccai, Yagoda Progress de Maura Samprini y las memorias de Juan Laprida tituladas Diez mil noches en el Café Jomeini.

  Ahora, una última pregunta: ¿cuál es la posible trascendencia de Umbralismo?

La respuesta puede ser la que diera Maura Samprini a esta pregunta en una reciente entrevista: La trascendencia es como las  tripas del cerdo: está llena con el espíritu de su poseedor.[1]   

    

                                                                                                      Mateo Mordeccai.

                                                                                                            Frankfurt am Main.

   12 de mayo de 2008.                 

 

 

 

 

 

[1] El esquema señalado por la escritora Maura Samprini en su ensayo Three Js from Umbralism podría aportar una opción para la lectura de los textos, aunque en este, no aparece Mordeccai debido a su actitud escéptica con respecto a Umbralismo. Siempre se consideró como se autotitula en este prefacio: un advenedizo. No incluyó ninguno de sus textos en el primer volumen de su antología.

Precursores {Demetrio Souza                                                                      Umbralismo Ortodoxo {Stanislaw Bauer              

                     {Vinicio Ferreira                                                                                                                Julius Maynard

                                                       Umbralismo Heterodoxo {Joaquín Manila    

                                                                                                  { Juan Laprida     

                                                                                                  {Maura Samprini

 

No es necesario respetar el orden que propone este libro para la lectura de los textos, pero si acaso se decide leerlos en otra forma, es recomendable hacerlo respetando estas agrupaciones. El Umbralismo Heterodoxo es independiente en cuanto a temática –excepto leves constantes- del Ortodoxo y los precursores. Cada autor en su medio constituye una pieza autónoma. (En todos los casos las notas al pie son del compilador).

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