El Perseguidor
El hombre vestía inconcebiblemente un sobretodo azul. Debajo ocultaba con torpeza el bulto de un arma. Parece que se trataba de un fusil de asalto.
Yo caminaba distraída pues no me interesa la crónica roja, así que puedo pasearme por New York arriba y abajo sin preocupaciones. Veo crímenes a diario. Pero ninguno resulta interesante. Ahora que trabajo para el Transfer me permito prestar un poco más de atención: debo confesar que me fascinan las relaciones entre el alemán que atiende una tapicería en los barrios industriales y el judío que le vende las telas. Beben y ríen juntos. Nada los perturba.
Volviendo al individuo del sobretodo. Sobre todo me preocupaba su arma. Pensé que estaba siguiendo a una mujer que iba delante de mí, pero estaba equivocada.
Me perseguía a mí.
Decidí hacerle frente. No pregunten cómo.
Estábamos en un callejón que da a Havellock Street. El perseguidor sacó su fusil de asalto: era de fabricación japonesa. No son muy buenos. Se lo dije.
Me golpeó entonces con el fusil.
Al recuperar el conocimiento nos encontrábamos todavía en el callejón. El hombre fumaba con calma. Me miró a los ojos.
-Tiene 24 horas para abandonar el país.
Supe que la Cruz al caer había golpeado a alguien más.
Esta es mi última nota. Quizá lo último que escriba.
Lectores del Transfer: esto no se va a quedar así.
Pronto nos veremos.
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PD: ahora recuerdo que eso mismo dijo el Reverendo Waldemar Rodlins.